Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había dos maneras con las que me podía enfrentar a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa.
Elegí esta última. MARTIN LUTHER KING
– Bien Ana, vamos a dar un vuelco a tu vida. Vamos a arrasar con todo lo planificado, con todo lo que creías dentro de lo posible, vamos a ver qué tal te desenvuelves, tú puedes. ¿De acuerdo?
-…
21 de abril de 2008, he dejado a los niños en el colegio y me dirijo al trabajo. Se hace un poco tarde y hoy tengo la agenda a explotar. Respiración entrecortada y presión en el pecho como durante los últimos meses, y esa tos… ¡Vaya! He dejado atrás la salida de la rotonda que me habría de llevar a Madrid y en su lugar tomo la segunda salida, algo en mi interior me dice que esto es lo correcto. Aparco frente al Centro de Salud. Pero, ¿qué hago aquí? Ah, sí, ahora lo recuerdo. Mientras desayunaban los niños he echado un vistazo a un papel del ayuntamiento en el que se nos anuncia a los vecinos que hay un nuevo facultativo médico en el pueblo. Subconscientemente debo de haber tomado la decisión de inscribirme como paciente, a ver si este es mejor que el que me atendió la semana pasada.
Qué sorpresa, la persona que atiende tras el mostrador de atención al paciente es una vecina, una amiga.
– ¡Ana! No te había conocido, ¿estás bien? (…) Te veo rarísima.
– ¿Si? bueno, no he dormido bien. Estoy cansada. Verás, he visto el anuncio del ayuntamiento. Me gustaría pedir una cita, si es que es posible venir por la tarde.
– Oye, ¿por qué no pasas ahora? En este momento no hay ningún paciente. Que te vea la doctora, de verdad que estás muy rara, tienes la cara hinchada.
-¿La cara hinchada? y eso que no has visto su yugular.
– No, verás. Es que no puedo esperar, hoy tengo la agenda a explotar.
¡Inercia, inercia! intento recuperar el control y tomar cuanto antes la primera salida de esa rotonda que me devuelva a mi rutina.
La puerta se abre y una doctora con cara de ángel se acerca a mi amiga para comentarle algo, yo miro mi reloj y empiezo a recalcular mi aenda y a buscar mi teléfono móvil en el bolso cuando escucho que mi amiga está pidiendo a la doctora si podría verme un momento aunque no tenga cita.
Pausa.
Punto de inflexión.
Ya chirrían las exclusas al abrirse, ya comienza a filtrarse el agua.
La doctora me mira y me hace un gesto amable para que entre en su consulta.
Yo comienzo a describir los síntomas por enésima vez: una tos seca y constante, presión en el pecho, cansancio, escalofríos… y busco en el rostro de la doctora algún matiz que delate sus pensamientos de… “tendrá ansiedad: Lexatín o de… otra hipocondríaca”. Sin embargo, su rostro es sereno, noto que está procesando toda la información que le doy, y pausadamente comienza a formular preguntas que otros no me habían planteado. Y después me dice:
– Desnúdese por favor.
Y me explora.
Ya oigo rugir el agua, el movimiento de las moléculas que se van calentando con la vibración.
Y lo dice:
– Voy a pedir una ambulancia para que le lleve al hospital. Vamos a hacerle muchas pruebas. Por favor, llame alguien que le acompañe. No sé cuánto tiempo va a estar en el hospital pero es posible que tenga que pasar la noche.
BUM, BUM, BUM. Corazón que late más rápido.
Algo me dice que en las próximas horas va a cambiar el curso de mi vida.
A través de la cámara, hago un último esfuerzo por recuperar el control, por nadar contra corriente, trato desesperadamente de no caer en el remolino que me engulle hacia un lugar desconocido.
– Bueno, no va a ser necesaria una ambulancia, si tengo mi coche ahí fuera y puedo conducir perfectamente…
Y pienso:
¿no me habré excedido en la descripción de los síntomas?
Ella niega con la cabeza.
– Además, mi marido está de viaje y mis padres viven lejos. No tengo a quien llamar. Verá, si me puede extender los volantes de las pruebas para hacerlas esta semana…
Sonríe y niega con la cabeza.
…
Y subo sola a esa ambulancia.
La sirena de la ambulancia se oye como en un segundo plano cuando eres tú el que vas dentro. Descubro un nuevo enfoque. Todo se mueve en el interior: las cajas de apósitos, las jeringas, las mascarillas que cuelgan de los estantes, la camilla. La ventanilla trasera está pintada con una capa blanca de pintura que no deja ver la carretera y juego a imaginarme por qué kilómetro de la carretera vamos. El ruido, o quizás el ir sentada en sentido contrario a la marcha hace que parezca que vamos muy rápido. Bien, razonemos: tengo que organizar la recogida del cole de los niños. Giro la cabeza y puedo ver al conductor con el que he intercambiado unas palabras antes de subir. Consigo abrir la ventanilla.
– Disculpe señor. ¿Podría apagar la sirena?
– NIIIIIIIIIIIIIII-NOOOOOOOOOOOOOOO-NIIIIIIIIIIIIIII-NOOOOOOOOOOOO
– ¿Cómo dice?
– Por favor, apague la sirena. Tengo que hacer unas llamadas y con tanto escándalo es imposible oír nada.
– Verá, el protocolo…
– Escuche, no quiero que nadie se alarme, será solo un momento.
Primera llamada a la mujer que nos ayuda en casa con los niños. No hay problema, ella se ocupara de recogerlos y si no estoy de vuelta por la noche dormirá en casa. -Que no le diga nada a mis padres si llaman- dejo caer.
Segunda llamada a mi homólogo en el trabajo, traspaso de las tareas que no se pueden post-poner y cancelación de las reuniones del día. Gracias, gracias. Si, ya te llamaré más tarde.
Tercera llamada, y la más importante, a Dominique, mi marido, que acaba de aterrizar en Nairobi, donde se quedará una semana por razones de trabajo:
– Verás, esta mañana me he pasado por el Centro de Salud del pueblo.
– Ah sí? ¿Estás bien?
– Hay una nueva doctora. Es excepcional, parece que escucha. Me ha pedido que vaya al hospital a hacerme unas pruebas.
– Muy bien cariño, así te quedarás tranquila, luego me llamas y me cuentas.
Pausa. Tensión. Y él pregunta:
– ¿Vas conduciendo tú?
Un momento, ¿es que él me ve a través de la cámara? pero, ¡¿quién ha escrito este guión?!
– Pues claro que conduzco yo. Luego te llamo. Un beso.
Y por fin e inesperadamente se abre la presa que, y la arrolladora fuerza del agua arrastra me arrastra a mí y a todo a su paso. Ya ha pasado lo peor, ya no puedo salir, y todo este agua nunca volverá al lugar donde estaba contenida. Ya solo queda dejarse llevar.
Llegada a urgencias, el tiempo y el espacio tienen una cualidad diferente. Silla de ruedas. No es necesario, de verdad.
Bedeles. Enfermeras. Doctores. Interrogatorio. Desnúdese y ponga todas sus pertenencias en esta bolsa.
Aquí hay muchos actores, muchas películas, observo todo lo que sucede a mi alrededor con una curiosidad expectante, sin implicarme, como si no estuviera sucediendo realmente, me faltan las palomitas. Todos conocen muy bien su papel. Algunos visten la misma batita lila que llevo yo, abierta por todas partes y que deja ver todo el cuerpo, haciéndote sentir más vulnerable. Y yacen en camas. Otros actores se mueven de un lugar a otro, los que van más rápido van de azul, los que escriben cosas visten de blanco, los que empujan objetos van de amarillo. Retazos de vidas que completo en mi imaginación. Y con gran alboroto entra en escena una mujer rodeada de policías, la mujer de la camilla de mi derecha me dice que viene de la cárcel. La colocan a mi izquierda, ella patalea en la camilla. Hablan de sobredosis de barbitúricos, los policías la sujetan para que no se quite la sonda ya insertada en su nariz por la que van saliendo poco a poco las pastillitas. Observo la escena y con espanto veo cómo otra señora en camilla no pierde ojo mientras devora el menú que nos han plantado sin preguntar en la bandeja desplegable de nuestras camillas. ¿Cómo puede alguien comer ahí? No se cuánto tiempo habrá pasado pues me quité el reloj, me dispongo a buscarlo en la bolsa negra cuando otra chica llega en su sillita de ruedas llorando desconsoladamente, la acompaña una señora mayor que también llora. Parecen habituales. ¿Otra vez lo ha intentado? Dice uno de los doctores. Y se disponen a administrarle el vomitivo y a preparar el edema. Descanso.
Las aguas van rápidas y me llevan.
Yo soy un tubo de ensayo y soy también su contenido que parece fallar por todas partes. Los doctores hablan entre ellos palabras sobre mí y entiendo palabras que me laceran como cuchillos: necrosis esto, necrosis lo otro…. Hay que hacer un TC y una eco doppler, trombosis yugular, venas trombosadas, adenopatías, lesiones nodulares pulmonares, engrosamiento pericárdico, tronco venoso braquiencefálico comprimido y sin flujo, masa mediastínica…
Miradas de soslayo.
Esto no va conmigo, yo estoy flotando, me dejo llevar por la corriente,
Un doctor joven se acerca y me pide que le dé el teléfono de algún familiar. Cuánto interés, qué amable, pero verá es que mi marido está de viaje. Da igual, ¿no tiene usted padres? Y yo me imagino la cara de mi madre cuando responda al teléfono. Doctor, verá, yo no debería estar a aquí, ayer estaba celebrando y esta mañana tengo mucho trabajo y no entiendo nada. Así que exijo que se me explique (siento el miedo) ¿qué me está sucediendo? ¿qué hago aquí? ¿Qué tengo?
Y me engulle el remolino. Saco la mano para que alguien me ayude, pero las palabras empujan mi cabeza hacia el fondo.
– Lo que tienes hija es una putada.
Me quedo sin habla. Y lo miro suplicante.
– Es cáncer, hija. Es Cáncer.
La, la, la. ¿Quién teme al lobo feroz? ¿Al Gran y Feroz Cáncer?
Tres, dos, uno, ¡CÁMARAS, ACCION!
Venga, venga, entro en escena, al principio un poco confundida, me quedo inmóvil escuchando los 2 únicos sonidos: el vaivén de mi propia respiración y el latir de mi corazón. Al menos se que sigo viva. Poco a poco empiezo a acostumbrarme a esta atmósfera mágica en la que solo existe el presente, en la que soy al mismo tiempo el observador y lo observado.
Se han parado todos los relojes, la luz es tenue y densa, el tiempo y el espacio adquieren una dimensión relativa al ritmo de mi pulso y comprendo que este instante es diferente a cualquier otro, que mi vida está cambiando para siempre.
Analíticas, biopsias, anestesias, agujas, tubos, alimentación parenteral, aféresis, TAC, PET, neutropenias, citometrías, quimioterapia, trasplante de médula, radioterapia.
Y el amor, la espiritualidad, la exploración, el perdón, la gratitud, la humildad, la amistad, la maternidad, la conciencia plena, la oración, la unión, la respiración, la interiorización, la atención, el propósito, el servicio, la belleza, los sentidos.
Y el silencio consciente.
Hoy hace más de 2 años de aquella primera puesta en escena y ya he salido de detrás de la cámara. Ahora soy protagonista, directora y guionista.
Mi vida dio un vuelco y las aguas me transportaron a otros paisajes donde abundan espacios que ofrecen más paz interior. Mi agenda es ligera.
Durante este intenso periodo de mi vida he comprendido la importancia de algunas cosas. Cada día intento tenerlas en cuenta: vivir plenamente cada momento, no dejar pasar la vida mientras hago planes, enfrentarme a los problemas de uno en uno y no de 3 en 3, detenerme a admirar el romero en flor y la hoja que se desprende del árbol en otoño, no aplazar lo importante, callar para escuchar, escuchar para aprender, hacer lo que pueda con lo que tenga allí donde esté.
La práctica de la conciencia plena me ayuda enormemente a vivir de esta manera, a tomar conciencia de mi existencia y de mi misión, a conectarme con el fluir de la vida aquí y ahora, a no pre-ocuparme por el futuro y a dejar atrás los recuerdos del pasado cuando duelen para centrarme en ese lugar sagrado que es mi propio Ser.
Cuando te diagnostican una enfermedad tan cargada de prejuicios como es el cáncer uno puede comenzar a ahogarse en el remolino en ese mismo instante o puede suspender los juicios, dejarse llevar y cultivar curiosidad sobre lo que la realidad te ofrece en cada instante. Yo opté por lo segundo y en el transcurso del viaje disfruté de millones de instantes maravillosos, únicos, que superan con creces a aquellos de dolor y sufrimiento.
Hace ahora un año, vencí el miedo y movida por la ilusión de realizar un proyecto diferente, firmé el finiquito en la empresa en la que desarrollé mi carrera profesional durante 14 años. No había nada malo allí pero tras re-incorporarme sentí que podía vivir una vida con más sentido haciendo otras cosas. Tomé mi tiempo para formarme en mi nueva profesión y ahora dirijo programas de Reducción de estrés y de Liderazgo basado en la Presencia a personas e instituciones que desean tomar las riendas y sentirse agentes del cambio que quieren ver en el mundo.
Siento que mi tiempo y energía contribuyen a crear una sociedad formada por personas responsables que lideran conscientemente sus vidas y las organizaciones de las que forman parte.
Espero que mi testimonio sea fuente de esperanza, especialmente para personas que en este momento están siendo engullidas por sus remolinos, y como dice la cita introductoria, decidan enfrentar la situación sin “reaccionar con amargura sino transformando su sufrimiento en fuerza creativa”.
Mi deseo es que mi mensaje ayude a otros a vivir lo que les toque vivir de manera más plena y si este relato puede servir de inspiración, mi propósito se verá cumplido.
Ana Arrabé